miércoles, 16 de marzo de 2011

El cuento africano que me contaron y conté

Un día, un elefante hablaba con el dios de la lluvia. Le dijo el amimal al dios que se creía demasiado importante porque con su agua se cubría de verde la tierra, pero que eso tampoco era tanto si se tenía en cuenta que un mortal como él podía arrancar los árboles y los arbustos, destrozando así toda su obra.
"Tienes razón", le dijo el dios, "pero sin mi lluvia no tendrías árboles que arrancar, ni tampoco hierba con la que alimentarte".
El elefante decidió demostrarle al dios lo poderoso que era. Con la enorme trompa derrumbó todo lo verde que encontró por su camino y, a cambio, dejó un terreno baldío.
Dejó de llover en castigo por la acción del elefante. Los campos se quedaron convertidos en desiertos en los que no crecía nada. Los lechos de los ríos se secaron. Las charcas desaparecieron. Los animales no podía beber. Tampoco el elefante, que se dio cuenta bien pronto de su derrota. Imploró al dios que enviase agua, pero el amo de la lluvia no le escuchó.
Para hacer llegar su mensaje al dios dolido, el elefante utilizó a un gallo. Por fin, el gallo encontró al dios descansando detrás de una nube, eran unos estratocúmulos deliciosos. Y estaba tan cómodo y confortable el dios que accedió a volver a enviar lluvia, deseoso de que le dejasen en paz lejos de los llantos. Dejó las suficientes gotas de agua cerca de donde vivía el elefante como para que se formase una pequeña charca.
Por fin el elefante podría beber. Y le encargó a una tortuga el cuidado de su preciado tesoro mientras él salía a pasear.

Un hermoso y fuerte león encontró la charca y, sin hacer caso a las protestas y amenazas de la tortuga, empezó a beber. Los demás animales siguieron el ejemplo y acabaron con toda la reserva de agua.
En cuanto el elefante llegó se molestó con la tortuga. Más bien se enfandó. Y levantó su pata para aplastarla. El enorme peso que cayó sobre ella hizo que la tortuga quedase aplastada por la parte de abajo. Si alguna vez te has preguntado por esa curiosa forma de las tortugas, ya sabes a qué se debe. El caparazón únicamente le salvó la vida, no su forma.
El dios de la lluvia, entonces, tronó. Les dijo al resto de animales:
"Nunca sigáis el ejemplo del elefante. No desafiéis a alguien más poderoso. No destruyáis lo que podáis necesitar. No encarguéis a alguién más débil que vigile lo que es vuestro. No castiguéis a un inocente y, sobre todo, no tratéis de quedaos con todo, dejad que los necesitados compartan vuestra suerte".